TEXTOS
DE SELECTIVIDAD Castilla La Mancha 2014
1. Pues bien, querido Glaucón, debemos
aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando
la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la
luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el
ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el
ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y
que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso,
lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y
con dificultad, es la idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es
la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha
engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora
y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en
vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público (Platón, La República, Libro VII,
517a-d, en PLATÓN, Diálogos IV. La República, trad. De Conrado Eggers,
Madrid, Gredos, 1986, p. 342).
2. El hombre, es por naturaleza, un
animal cívico. La razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier
abeja y que cualquier otro animal gregario, es clara. La naturaleza, pues, como
decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los animales, posee la
palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la tienen
también los otros animales. (Ya que su naturaleza ha alcanzado hasta tener
sensación del dolor y del placer e indicarse estas sensaciones unos a otros.)
En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así
como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los
demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo
justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. La participación comunitaria en
éstas funda la casa familiar y la ciudad (ARISTÓTELES,
Política, trad. de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 1986, libro I,
cap. 2, pp. 43-44).
3. Donde no se dé la justicia que
consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y que así en los hombres
de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios, de
acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo el pueblo viva de la fe,
igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al prójimo como a sí mismo;
donde no hay esta justicia, no hay sociedad fundada en derechos e intereses
comunes y, por tanto, no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de
pueblo, por lo que tampoco habrá política, porque donde no hay pueblo, no puede
haber política (AGUSTÍN DE HIPONA, La
ciudad de Dios, XIX, cap. 23 [trad. propia]).
4. Para la salvación humana fue necesario
que, además de las materias filosóficas, cuyo campo analiza la razón humana,
hubiera alguna ciencia cuyo criterio fuera lo divino. Y 7esto
es así porque Dios, como fin al que se dirige el hombre, excede la comprensión
a la que puede llegar sólo la razón. Dice Isaías 64,4: ¡Dios! Nadie ha visto
lo que tienes preparado para los que te aman. Sólo Tú. El fin tiene que ser
conocido por el hombre para que hacia Él pueda dirigir su pensar y su obrar.
Por eso fue necesario que el hombre, para su salvación, conociera por
revelación divina lo que no podía alcanzar por su exclusiva razón humana. Más
aún. Lo que de Dios puede comprender la sola razón humana, también precisa la
revelación divina, ya que, con la sola razón humana, la verdad de Dios sería
conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados plagados de
errores. Y, sin embargo, del exacto conocimiento de la verdad de Dios depende
la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación. Así, pues, para
que la salvación llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue
necesario que los hombres fueran instruidos acerca de lo divino, por revelación
divina. Por todo ello se deduce la necesidad de que, además de las materias
filosóficas, resultado de la razón, hubiera una doctrina sagrada, resultado de
la revelación (TOMÁS DE AQUINO, Suma
de Teología, I, c. 1, art. 1, trad. de José Martorell, Madrid, B.A.C.,
2001, pp. 85 – 86; también se puede encontrar en http://www.dominicos.org/publicaciones/Biblioteca/suma1.htm)
5. Pero me parece que se ha de afirmar
que de la potestad regular y ordinaria concedida y prometida a S. Pedro y a
cada uno de sus sucesores por las palabras de Cristo ya citadas *“lo que
atareis en la tierra, quedará atado en el cielo”+ se han de exceptuar los
derechos legítimos de emperadores, reyes y demás fieles e infieles que de
ninguna manera se oponen a las buenas costumbres, al honor de Dios y a la
observancia de la ley evangélica *…+ Tales derechos existieron antes de la
institución explícita de la ley evangélica y pudieron usarse lícitamente. De
forma que el papa no puede en modo alguno alterarlos o disminuirlos de manera
regular y ordinaria, sin causa y sin culpa, apoyado en el poder que le fue
concedido inmediatamente por Cristo. Y si en la práctica el Papa intenta algo
contra ellos [los derechos de los emperadores y reyes], es inmediatamente nulo
de derecho. Y si en tal caso dicta sentencia, sería nula por el mismo derecho
divino como dada por un juez no propio (G.
DE OCKHAM, Sobre el gobierno tiránico del Papa. Trad. P. Rodríguez.
Madrid, Tecnos, 2001, pp. 60-61 [traducción adaptada]).
6. Persistiendo, pues, en su primera
decisión de desprestigiarme a mí y a mis cosas por todos los medios posibles,
sabiendo cómo yo en mis trabajos de astronomía y de filosofía sostengo, sobre la
constitución de las partes del mundo, que el Sol, sin cambiar de lugar,
permanece ubicado en el centro de las revoluciones de las esferas celestes, y
que la Tierra que se mueve sobre sí misma, gira en torno a él; y además oyendo
que voy confirmando tal posición, no sólo refutando los argumentos de Ptolomeo
y de Aristóteles, sino aportando otros muchos en su contra, y especialmente
algunos referidos a los efectos naturales, cuyas causas tal vez no puedan
explicarse de otra forma, y otros astronómicos dependientes del conjunto de los
recientes descubrimientos celestes, los cuales claramente refutan el sistema
ptolemaico y concuerdan y confirman admirablemente esta posición; y tal vez
desconcertados por la reconocida verdad de otras proposiciones afirmadas por
mí, distintas de las comúnmente sostenidas, y desconfiando ya de su defensa,
mientras permaneciesen en el campo filosófico, se han decidido a intentar
proteger las falacias de sus discursos con la capa de una fingida religión y
con la autoridad de las Sagradas Escrituras, utilizadas por ellos con poca
inteligencia, para la refutación de razonamientos ni entendidos ni conocidos (GALILEO, Carta a Cristina de Lorena,
trad. M. González, Madrid, Alianza, 1987, pp. 64-65).
7. Pero, siendo mi propósito escribir algo
útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la
verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Muchos
se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha
sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a
cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se
debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que
quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su
ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si
se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta
capacidad en función de la necesidad (MAQUIAVELO,
El príncipe. Trad. M. A. Granada, Madrid, Alianza, p. 83).
8. Así, a causa de que nuestros sentidos
nos engañan algunas veces, quise suponer que no había ninguna cosa que fuera
como las imágenes que ellos nos transmiten de esa cosa. Y como hay hombres que
se equivocan al razonar, incluso en cuanto a las cuestiones más simples de la
geometría y cometen en ellas razonamientos falsos, juzgando que yo estaba
expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsas todas las
razones que había tomado antes por demostradas. En fin, considerando que todos
los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos nos pueden venir también
cuando dormimos, sin que haya ninguno que, por tanto, sea verdadero, resolví
fingir que todas las percepciones que hasta entonces habían entrado en mi mente
no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero enseguida me di
cuenta de que, mientras quería pensar así que todo era falso, era necesario que
yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad pienso luego
existo era tan firme y tan segura que hasta las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacer tambalear, juzgué que
la podía recibir sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que
buscaba (R. DESCARTES, Discurso del
método, IV [traducción propia]).
9. Para que las supremas autoridades del
Estado conserven mejor el poder y no haya sediciones, es necesario conceder a
los hombres la libertad de pensamiento y gobernarlos de tal forma que, aunque
piensen de distinta manera y tengan ideas manifiestamente contrarias, vivan en
concordia. Es indudable que esta forma de gobernar es la mejor y la que tiene
menos inconvenientes, pues concuerda mejor con la naturaleza de los hombres. En
efecto, en el estado democrático (que es el que más se acerca a lo natural)
todos acuerdan actuar según leyes comunes, pero no pensar igual; es decir, como
todos los hombres no pueden pensar y razonar igual, han pactado que lo que
recibiera más votos tuviera fuerza de ley y que podrían cambiar esa ley si
encontraban algo mejor. Así pues, cuanta menos libertad para expresar su
opinión se concede a los hombres, más lejos se está de lo más natural y, por
tanto, con más violencia se gobierna (B.
SPINOZA, Tratado Teológico-Político, cap. XX [traducción propia]).
10.
No
es la diversidad de opiniones (lo que no puede evitarse), sino la negativa a
tolerar a aquellos que son de opinión diferente (que podría ser permitida) lo
que ha producido todos los conflictos y guerras que ha habido en el
Cristianismo a causa de la religión. La cabeza y los jefes de la Iglesia,
movidos por la avaricia y el deseo insaciable de dominar a todos, utilizando la
ambición sin límites de las autoridades políticas y la crédula superstición de
multitudes atolondradas, han levantado, en contra de lo que dice el Evangelio y
la caridad, a las autoridades y a las masas en contra de los que tienen ideas
diferentes en religión, predicando que los cismáticos y los herejes deben ser
expoliados de sus posesiones y destruidos. Y así han mezclado y confundido dos cosas
que son en sí mismas completamente diferentes, la Iglesia y el Estado (J. LOCKE, Carta sobre la tolerancia [trad.
propia]).
11.
Cuando
un hombre denomina a otro su enemigo, su rival, su antagonista,
su adversario, se entiende que habla el lenguaje del egoísmo y que
expresa sentimientos que le son peculiares y que surgen de su propia situación
y de circunstancias particulares. Pero cuando otorga a cualquier hombre los
epítetos de vicioso, odioso o depravado, habla entonces
otro lenguaje, y expresa sentimientos con los que espera que todo su auditorio
estará de acuerdo. Por lo tanto, aquí debe apartarse de su situación privada y
particular, y debe escoger un punto de vista que sea común a él y a los demás.
Debe mover algún principio universal de la constitución humana y pulsar una
cuerda en la que toda la humanidad esté de acuerdo y en armonía. Si, por tanto,
quiere decir que este hombre posee cualidades cuya tendencia es perniciosa para
la sociedad, ha escogido este punto de vista común, y ha tocado el principio de
humanidad en el que todos los hombres concurren en cierto grado. (D. HUME, Investigación sobre los
principios de la moral, Sección IX, 1. Trad. de Gerardo López Sastre.
Madrid, Austral, 199, pp. 144-145).
12.
Si
se investiga en qué consiste el bien más grande de todos, el que debe ser la
meta de todo sistema legislativo, veremos que consiste en dos cosas
principales: la libertad y la igualdad. La libertad, porque si permitimos que
alguien no sea libre estamos quitando fuerza al Estado; la igualdad, porque la
libertad no puede subsistir sin ella. Ya he dicho lo que es la libertad civil.
En cuanto a la igualdad, no hay que entender por ella que todos tengan el mismo
grado de poder y de riqueza; antes bien, en cuanto al poder, que nunca se
ejerza con violencia, sino en virtud del rango y las leyes, y, en cuanto a la
riqueza, que ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro, ni
ninguno sea tan pobre como para ser obligado a venderse (J. J. ROUSSEAU, El contrato social, libro II, cap. 11 [traducción
propia])
13.
Si
se echa una ligera ojeada a esta obra [la Crítica de la razón pura] se
puede quizá entender que su utilidad es sólo negativa: nos advierte que
jamás nos aventuremos a traspasar los límites de la experiencia con la razón
especulativa. Y, efectivamente, ésta es su primera utilidad. Pero tal utilidad
se hace inmediatamente positiva cuando se reconoce que los principios
con los que la razón especulativa sobrepasa sus límites no constituyen, de
hecho, una ampliación, sino que, examinados de cerca, tienen como resultado
indefectible una reducción de nuestro uso de la razón, ya que tales
principios amenazan realmente con extender de forma indiscriminada los límites
de la sensibilidad, a la que de hecho pertenecen, e incluso con suprimir el uso
puro (práctico) de la razón *…+ Ello se ve claro cuando se reconoce que la
razón pura tiene un uso práctico (el moral) absolutamente necesario, uso en el
que ella se ve inevitablemente obligada a ir más allá de los límites de la
sensibilidad (I. KANT, Crítica de la
razón pura. Trad. de P. Ribas, Madrid, Alfaguara, 1978, p. 24).
14.
Ahora
yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin
en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella
voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino
las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo
tiempo como fin. Todos los objetos de las inclinaciones tienen sólo un
valor condicionado, pues si no hubiera inclinaciones y necesidades fundadas
sobre las inclinaciones, su objeto carecería de valor. Pero las inclinaciones
mismas, como fuentes de las necesidades, están tan lejos de tener un valor
absoluto para desearlas, que más bien debe ser el deseo general de todo ser
racional el librarse enteramente de ellas. Así pues, el valor de todos los
objetos que podemos obtener por medio de nuestras acciones es siempre
condicionado. Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino
en la naturaleza, tienen, empero, si son seres irracionales, un valor meramente
relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio los seres
racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como
fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como
medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto de
respeto) (I. KANT, Fundamentación de
la metafísica de las costumbres. Trad. de M. García Morente, Madrid, Espasa
Calpe, 1983, pp. 82 y 83).
15.
¿En
qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el
trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en
que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente
feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual,
sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo
se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo
cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así,
voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción
de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las
necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en
el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier
otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo
en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En
último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que
éste no es suyo, sino de otro, en que no le pertenece; en que cuando está en él
no se pertenece a sí mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad
propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el
individuo independientemente de él, es decir, como una actividad extraña,
divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia
actividad Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo (K. Marx, Manuscritos: Economía y filosofía. Trad. de F. Rubio.
Alianza, Madrid, 1986, p. 108).
16.
Tres
transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en
camello, y el camello en león, y el león, por fin en niño *…+ ¿Qué es pesado?
así pregunta el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y
quiere que se le cargue bien *…+ ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la
propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia
sabiduría? *…+ Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el
espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así
corre él a su desierto. Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la
segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere
conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser señor en su propio
desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y
de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria.
¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni
dios? “Tú debes”, se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice “yo
quiero” *…+ Crear valores nuevos -tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas
crearse libertad para un nuevo crear- eso sí es capaz de hacerlo el poder del
león. Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello,
hermanos míos, es preciso el león *…+ Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es
capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el
león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y
olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un
primer movimiento, un santo decir sí *…+ Tres transformaciones del espíritu os
he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león,
y el león, por fin, en niño (F.
NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza, 1984, pp. 49-51).
17.
¿Pero
cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? ─Hay innumerables
géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que llamamos
«signos», «palabras», «oraciones». Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado
de una vez por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de
lenguaje, como podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura
aproximada de ello pueden dárnosla los cambios de la matemática). La
expresión «juego de lenguaje» debe poner de relieve aquí que hablar el
lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida. Ten a la vista la
multiplicidad de juegos de lenguaje en estos ejemplos y en otros: dar órdenes y
actuar siguiendo órdenes, describir un objeto por su apariencia o por sus
medidas, fabricar un objeto de acuerdo con una descripción (dibujo), relatar un
suceso, hacer conjeturas sobre un suceso, formar y comprobar una hipótesis,
presentar los resultados de un experimento mediante tablas y diagramas,
inventar una historia y leerla, actuar en teatro, cantar a coro, adivinar
acertijos, hacer un chiste y contarlo, resolver un problema de aritmética
aplicada, traducir de un lenguaje a otro, suplicar, agradecer, maldecir,
saludar, rezar (L. WITTGENSTEIN. Investigaciones
filosóficas. Traducción de A. García Suárez y U. Moulines. Barcelona:
Crítica, 1988, § 23, pp. 39-41).
18.
La
vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir
es que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir
todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de
uno u otro modo que aparecer en ella. La nota más trivial, pero a la vez la más
importante de la vida humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar
haciendo algo para sostenerse en la existencia. La vida nos es dada, puesto que
no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y
sin saber cómo. Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que
necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer. Y lo
más grave de estos quehaceres en que la vida consiste no es que sea preciso
hacerlos, sino, en cierto modo, lo contrario; quiero decir, que nos encontramos
siempre forzados a hacer algo, pero no nos encontramos nunca estrictamente
forzados a hacer algo determinado, que no nos es impuesto este o el otro
quehacer, como le es impuesta al astro su trayectoria o a la piedra su
gravitación. Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por su cuenta
y riesgo, lo que va a hacer (J. ORTEGA Y
GASSET, “Historia como sistema” en Historia como sistema y otros ensayos de
filosofía, Madrid, Revista de Occidente/Alianza, 1981, pp. 13-14).
19.
Estamos
solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a
ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por
otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo
que hace. El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca
que una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre
a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es
responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre
puede encontrar socorro en un signo dado sobre la tierra que le orienta; porque
piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere. Piensa,
pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada
instante a inventar el hombre (J. P.
SARTRE, El existencialismo es un humanismo, Trad. V. Prati. Barcelona,
Orbis, 1984, pp. 68-69).
20.
[Cuando
hay un debate ético en el que participan personas de diferentes credos
religiosos y diferentes culturas] las perspectivas iniciales de los
participantes, que tienen su raíz en su propia religión y cultura, van
“descentrándose” *los participantes van dejando de ver todo desde su propia
perspectiva para ir poniéndose en el lugar de los otros+ cada vez con más
fuerza *…+ a medida que el proceso de interrelación mutua de las diferentes
perspectivas se va acercando a la meta de la inclusión completa. Resulta
interesante constatar que la práctica de la argumentación ética apunta ya, por
su propia dinámica, en esta dirección de que el participante en un debate ético
salga de su propia y exclusiva posición para incluirse en la posición del otro.
Si atendemos al punto de vista del diálogo, bajo el cual sólo obtienen
aceptación aquellas normas morales que son igualmente buenas para todos, el
discurso racional aparece como el procedimiento más apropiado [para resolver un
conflicto ético], ya que se trata de un procedimiento que asegura la inclusión
de todos los afectados y la consideración equitativa de todos los intereses en
juego (J. HABERMAS, “Acción comunicativa
y razón sin trascendencia”, en Entre naturalismo y religión, Trad. P.
Fabra. Barcelona, Paidós, 2006, p. 55 [traducción adaptada]).
No hay comentarios:
Publicar un comentario