1. INMANUEL KANT (1724-1804).
Nació
en Königsberg. En 1740 ingresó en la universidad de su ciudad natal y estudió
física y matemáticas. En 1755 obtuvo su doctorado. Comenzó entonces una intensa
carrera docente en la propia universidad de Königsberg. Sus enseñanzas
teológicas (basadas más en el deísmo racionalista que en la revelación divina)
le crearon problemas con el gobierno de Prusia y, en 1794, el rey Federico
Guillermo II le prohibió impartir clases
o escribir sobre temas religiosos. Kant acató esta orden hasta la muerte del
Rey; cuando esto ocurrió, se sintió liberado de dicha imposición. Sus obras más
importantes son Crítica de la Razón Pura, Crítica de la Razón Práctica y
Crítica del Juicio.
2. EL USO TEÓRICO DE LA RAZÓN
Kant,
consideró que la racionalidad no se limitaba al ámbito del conocimiento, sino
que también era extensiva al ámbito de la acción. La razón constituye, por un
lado, el instrumento del que nos servimos para conocer y, por otro, la facultad
que guía y dirige nuestra acción. Para cada una de estas funciones, Kant
reservó un nombre especial: razón
teórica (ámbito del conocimiento) y razón
práctica (ámbito de la acción). En este apartado, nos ocuparemos de la
epistemología de Kant, es decir, del análisis del uso teórico de la razón.
2.1 UNA CUESTIÓN PENDIENTE
En
las universidades alemanas, la filosofía que se enseñaba, y la que había
recibido Kant, era el racionalismo académico de Wolf. Sin embargo, la lectura
de Hume le llevó a cuestionarla. Esto sitúa a Kant en una encrucijada: la
filosofía en la que había sido educado y la que le había abierto nuevas vías de
reflexión eran contradictorias.
Por
una parte, los racionalistas
sostenían que la razón, partiendo de sí misma y de los contenidos innatos que
posee, puede alcanzar un conocimiento universal; por otra, los empiristas defendían que la razón sólo
opera con el material de la experiencia: como este es concreto y cambiante,
nuestro conocimiento no puede superar la categoría de lo probable.
Kant, insatisfecho tanto con el dogmatismo de los racionalistas como con el
escepticismo de algunos empiristas, adoptó como suya la cuestión pendiente de
la Modernidad: ¿cómo es posible el conocimiento? Encontró la solución en una síntesis que aceptaba, en parte, lo que
decían una y otra corriente. La idea es la siguiente:
Pero,
aunque todo nuestro conocimiento comience con la experiencia, no por ello
procede todo él de la experiencia.
Los
empiristas tenían razón: sin experiencia
no hay conocimiento. Ahora bien,
los racionalistas tampoco estaban completamente equivocados: no todo es experiencia; el sujeto que
conoce aporta algo imprescindible para que sea posible este conocimiento. El
ser humano no se limita a recibir información, sino que construye él mismo su
imagen del mundo. Pongamos un ejemplo. El hombre no es como un negativo que,
pasivamente, se deja impresionar por la luz, sino que es más bien como una
cámara fotográfica: la forma en que está diseñada (tipo y profundidad del
objetivo, potencia del flas, velocidad del obturador…) condicionará la
reproducción que lleve a cabo de la realidad. En definitiva, la constitución
del sujeto que conoce le permite, pero al mismo tiempo le obliga, a ver y
entender de una determinada manera.
2.2 EL GIRO COPERNICANO.
En
el terreno epistemológico las teorías de
Kant fueron tan revolucionarias como
las de Copérnico en el área de la astronomía. La comparación fue propuesta por
el propio Kant, consciente del carácter innovador y decisivo de su
planteamiento.
Copérnico,
viendo las dificultades para mantener la explicación de los movimientos
planetarios si conservaba la teoría según la cual el universo giraba en torno a
la tierra (y, por lo tanto, alrededor del ser humano), invirtió la perspectiva.
La Tierra, y juntamente con ella el ser humano, giran en realidad alrededor del
Sol. Este sencillo giro hizo cuadrar de manera más simple la explicación de los
movimientos de los astros.
Kant,
viendo que resultaba muy difícil justificar el valor universal y necesario de
la ciencia en el caso de que supusiera que el sujeto era quien se adaptaba a
las múltiples y cambiantes peculiaridades del objeto, invirtió el
planteamiento. El conocimiento puede ser universal y necesario, porque es fruto
de la imposición del sujeto (de sus
estructuras o formas a priori) al objeto.
Estas estructuras, de todos modos, a menudo se confunden con las propiedades de
los objetos. En sentido metafórico, podríamos decir que las formas a priori son como unas gafas con
cristales, por ejemplo, de color azul: por una parte, nos permiten ver los objetos
del mundo, pero, por otra, nos tiñen la visión de azul. Por este motivo, es
importante recordar que el azul no es una propiedad de lo que vemos, sino un
filtro que nosotros poneos. Esto es, exactamente, lo que nos recordará Kant.
Esta
importancia que Kant reserva al sujeto y a las formas a prior en el proceso de
conocimiento ha supuesto que su filosofía se conozca con el nombre de idealismo trascendental. Idealismo,
porque sólo las ideas o estructuras metales del sujeto (espacio, tiempo y las
categorías) permiten el conocimiento; y trascendental, porque estas ideas son
universales y trascienden el caso concreto, ya que tienen carácter a priori.
2.3 LA POSIBILIDAD DE LA CIENCIA.
Dar
una respuesta a la controversia entre racionalismo
y empirismo tenía más importancia de
lo que podamos imaginar. Pese a que la física de Newton era aceptada por ambas
corrientes, en ninguna de las dos quedaba fundamentada. En el fondo, cada una a
su manera cuestionaba la validez, objetividad
y universalidad de la ciencia. Para los racionalistas, los enunciados de la
ciencia eran verdades de hecho, es decir, enunciados empíricos y contingentes.
Para los empiristas, limitar el conocimiento al dato empírico comportaba
negarle toda universalidad, y concederle únicamente el grado de probabilidad.
Para
Kant, un entusiasta de la física newtoniana, tenía que encontrarse la manera de
validar y legitimar los progresos que, en su época,, la ciencia estaba
experimentando. Este será uno de los objetivos de su obra magna: la Crítica de
la razón pura.
Las
argumentaciones son relaciones entre enunciados o juicios. Por ello, para poder
determinar cuándo son universales y necesarios (es decir, científicos), es
preciso analizar primero si sus juicios lo son. Para llevarlo a cabo, Kant elaboró,
en la Crítica de la razón pura, una teoría de los juicios en la que establecía
las condiciones que tenían que cumplir para considerarlos científicos.
Kant
considera que un juicio (“El sol es el centro del Sistema Solar” o “El todo es
mayor que las partes”) es un enunciado en el que se relaciona un sujeto (el
sol, el todo) con un predicado (centro del sistema solar, mayor que las
partes). Es decir, un juicio
constituye la atribución de las cualidades o propiedades a un sujeto
determinado. Si, además, pretendemos que sea científico, debe cumplir dos
requisitos:
Ser extensivo: ampliar nuestro conocimiento del mundo.
Ser universal y necesario: válido en cualquier circunstancia y momento.
Según
Kant los tipos de juicio serían los siguientes:
a
) juicios analíticos y
juicios sintéticos.
Kant comienza estableciendo la diferencia entre
juicios analíticos y sintéticos, que ya nos es conocida en parte a través de la
distinción que propusiera Leibniz entre verdades de razón y verdades de hecho.
Un juicio es analítico,
según Kant, cuando el predicado está comprendido en el sujeto (al menos,
implícitamente) y, por tanto, basta con analizar el sujeto para comprender que
el predicado le conviene necesariamente. “El todo es mayor que sus partes” es
un juicio analítico, porque basta con analizar el concepto de "todo"
para hallar la verdad del predicado. Estos juicios no nos dan información
alguna o, como dice Kant, no son extensivos, no amplían nuestro conocimiento:
como es obvio, a quien sepa lo que es un todo, este juicio no le enseña nada
que no supiera antes de formularlo.
Un juicio es sintético,
por el contrario, cuando el predicado no está contenido en la noción del
sujeto. "Todos los nativos del pueblo X miden más de 1,90" es un
juicio sintético, ya que en la idea del sujeto no está incluido el predicado:
el concepto del sujeto incluye únicamente el dato de "haber nacido en el
pueblo X", pero no comprende ningún dato acerca del tamaño o estatura.
Estos juicios sí dan información o, como dice Kant, son extensivos, amplían
nuestro conocimiento. (A quien sabe o entiende lo que significa "nacer en
el pueblo X" este juicio le enseña, además, que tales individuos son
altos).
b) juicios a priori y
juicios a posteriori.
La clasificación anterior está hecha atendiendo a si
el predicado está incluido o no en la noción del sujeto. La clasificación de
que nos ocupamos ahora responde a otro criterio, a saber, al modo en que es
posible conocer la verdad de un juicio cualquiera. (Al estar hechas sobre
criterios distintos, ambas clasificaciones son distintas. No se olvide).
Juicios a priori son aquellos cuya verdad
puede ser conocida independientemente de la experiencia, ya que su fundamento
no se halla en ésta. "Un todo es mayor que sus partes" es, de acuerdo
con este criterio, un juicio a priori:
conocemos su verdad sin necesidad de andar comprobando y midiendo todos y
partes.
Juicios a posteriori son aquellos cuya
verdad es conocida a partir de los datos de la experiencia. De acuerdo con esta
clasificación, "todos los nativos del pueblo X miden más de 1,90" es
a posteriori: no tenemos otro recurso que observar a tales individuos si
queremos tener certeza de la verdad de este juicio.
Esta distinción permite diferenciar, en opinión de
Kant, ciertas características importantes de uno y otro tipo de juicios. Los juicios a priori son universales y
necesarios (ninguna excepción es posible al juicio "un todo es mayor
que sus partes"), los juicios a
posteriori no son universales ni necesarios.
Esta última afirmación ‑los
juicios a posteriori no son universales ni necesarios‑, puede resultar
desconcertante a primera vista. ¿No es un juicio universal el que afirma que
"todos los nativos del pueblo X miden más de 1,90"? No lo es, en
sentido estricto. "Estrictamente", universal es un juicio que excluye
toda posible excepción y este no es el caso del juicio de nuestro ejemplo:
queda abierta la posibilidad de que en esa población nazca un individuo de
escasa estatura. Tampoco es necesario: la experiencia no nos muestra conexión
necesaria alguna entre "nacer en tal pueblo" y "tener tal
estatura". Ningún juicio extraído de la experiencia es necesario ni
universal en sentido estricto. Nuestro juicio a posteriori expresa simplemente
que hasta ahora no se han producido excepciones, no que sea posible que las
haya.
c) Los juicios sintéticos a priori. ,
Hasta el momento, Kant no es excesivamente original.
Su originalidad comienza a partir de ahora y se pondrá de manifiesto al
comparar sus conclusiones con las de Hume.
Hume hubiera aceptado esta doble clasificación de
los juicios, considerándola coincidente con la suya entre "relaciones de
ideas" y "juicios sobre hechos". Según Hume, ambas
clasificaciones coinciden y se superponen: de una parte, hay juicios
analíticos, que son a priori (estrictamente universales); de otra parte, están
los juicios sintéticos, que son a posteriori (contingentes y no estrictamente
universales). Todo juicio analítico es a priori, y viceversa; todo juicio
sintético es a posteriori, y viceversa.
Los ejemplos que (intencionadamente) hemos utilizado
parecen dar la razón a Hume. "Un todo es mayor que sus partes" es
analítico (el predicado se halla en el sujeto), y es a priori (su verdad es
asequible sin necesidad de recurrir a la experiencia) y, por tanto,
estrictamente universal y necesario (sin posibles excepciones); por el
contrario, "los nativos del pueblo X miden más de 1,90" es sintético
(el predicado no está incluido en la noción del sujeto), y es a posteriori (su
verdad solo puede ser conocida empíricamente) y, por tanto, no estrictamente
universal y contingente (no es imposible una excepción).
Kant, sin embargo, tiene otra historia que contar.
Tomemos la siguiente proposición: "La recta es la distancia más corta
entre dos puntos". ¿Se trata de un juicio analítico? Ciertamente, no ‑piensa
Kant‑, ya que el predicado no está contenido en la noción del sujeto: en el
concepto de linea recta no entra para nada idea alguna de distancias. Es, por
tanto, sintético. ¿Es un juicio a
posteriori? Tampoco, piensa Kant, ya que: 1) nos consta su verdad sin tener
que medir distancias entre dos puntos, sin necesidad de recurrir a ninguna
experiencia comprobatoria, y 2) es estrictamente universal y necesario (carece
de posibles excepciones). Es, por tanto, a priori. Contrariamente a Hume y a
toda forma de empirismo, Kant admite que hay
juicios sintéticos a priori.
Hay, pues, juicios sintéticos a priori. Por ser sintéticos, son extensivos, es
decir, nos dan información, amplían nuestro conocimiento de la realidad; por ser a
priori, son universales y necesarios y su verdad no procede de la
experiencia. Más aún, los principios fundamentales de la ciencia
(Matemáticas y Física) son de este tipo.
El ejemplo que hemos utilizado antes ("la línea
recta es la distancia más corta entre dos puntos"), es un juicio de las
Matemáticas, de la Geometría. También en la Física existen juicios sintéticos a
priori, y un ejemplo es el principio de causalidad: "todo lo que comienza
a existir tiene causa". En opinión de Kant, no se trata de un juicio
analítico: en la idea de "algo que comienza a existir" no está
incluida la idea de "tener una causa". Es, por tanto, sintético. Pero
es a la vez estrictamente universal y necesario y, por tanto, a priori. En este
caso, Kant se aleja también de Hume, para quien el principio de causalidad no
expresa una ley universal y necesaria, sino una generalización a partir de la
experiencia. (Véase la crítica de Hume a la idea de causa en el unidad
anterior).
A juicio de Kant, Hume cometió el error de confundir las leyes causales particulares con
el principio general de causalidad. Tomemos una ley causal cualquiera, por
ejemplo "los metales son dilatados por el calor". Kant no tiene
inconveniente en reconocer que se trata de un juicio sintético a posteriori: la
experiencia nos muestra que, de hecho, los cuerpos son dilatados por el calor,
pero no que necesariamente tenga que ser así; es concebible sin contradicción
que un metal se contraiga en vez de dilatarse. Es, pues, un juicio a
posteriori, basado en la experiencia, y como tal, ni estrictamente universal ni
necesario.
Puestos a suponer, supongamos que un buen día, un
metal se contrae en tales circunstancias en vez de dilatarse. ¿Significaría
esto una excepción al principio general de causalidad? No, piensa Kant.
Significaría una excepción a esa ley particular, pero no al principio de
causalidad. Tal contracción no dejará por eso de tener una causa. El principio
de causalidad es una ley universal y necesaria, una ley que el entendimiento
aplica necesaria y universalmente a todos los fenómenos de la experiencia.
Suprímase esa ley y el mundo de la experiencia se tornará imposible.
2.4 CRÍTICA A LAS FACULTADES DE CONOCIMIENTO.
La gran obra de Kant
dedicada al conocimiento y la ciencia es la “Crítica de la razón pura”. Este
título puede pareceros un poco enigmático; para entenderlo, haya que conocer
mínimamente la terminología kantiana. Cuando Kant habla de criticar la razón se
refiere a la tarea de analizar,
críticamente, cuáles son la naturaleza,
la función y los límites de la razón. Este es, ciertamente, una labor
fundamental a la hora de establecer y fijar las posibilidades reales de obtener
conocimiento científico. Sólo si sabemos cómo funciona la razón y hasta dónde
puede llegar, podremos establecer por qué es posible la ciencia y cómo son posibles
los juicios sintéticos a priori.
De hecho, para ver lo que
Kant dijo seguiremos, muy de cerca, sus propios pasos, es decir, avanzaremos
par cada una de las partes en que analizó las facultades que intervienen en el
conocimiento.
LA ESTÉTICA TRASCENDENTAL: UN ANÁLISIS DE LA
SENSIBILIDAD.
En la estética
trascendental, Kant analiza la primera facultad que interviene en le proceso de
conocimiento: la sensibilidad. Esta
representa la capacidad de abrirnos al mundo, es decir, la receptividad necesaria par podernos construir una representación de
la realidad.
Todas las especies animales
poseen esta capacidad, ya que todas se representan de alguna manera lo que les
rodea. Ahora bien, esta imagen que nos formamos, ¿es idéntica en todas las
especies? ¿Sienten el mundo de manera similar un ser humano, una abeja o un
delfín? Nuestros conocimientos actuales nos permiten contestar con cierta
seguridad. Sabemos que cada especie posee un aparto sensorial que le hace
percibir el mundo de una forma particular. Así por ejemplo, mientras que los
humanos vemos las amapolas rojas, las abejas, en cambio, las perciben
violáceas. Cómo son en realidad las amapolas no puede ser captado no por el
hombre ni por las abejas. Kant fue uno de los primeros en intuirlo: la naturaleza y el funcionamiento de la sensibilidad que tenemos nos condicionan a ver el mundo de una
determinada manera.
La sensibilidad es como una
ventan que nos abre al mundo, pero que, al mismo tiempo, nos condiciona a ver
sólo un pequeño fragmento de él. Y es que esta facultad está constituida por
unas estructuras que nos capacitan y nos limitan a recibir las impresiones de una manera determinada. Para
Kant, la forma en que estamos diseñados no afecta tan sólo a nuestra percepción
de los colores, también nos obliga a ordenar todo lo que percibimos en el espacio y el tiempo son las formas a priori de la sensibilidad,
porque son anteriores a la experiencia y determinan la manera en que podemos
tenerla. Y es que basta que nos pongamos a pensar un poco para que nos demos
cuenta de que es imposible representarnos alguna cosa si no la situamos en un
lugar y un momento concretos.
Cualquier representación es
una impresión situada en el espacio y el tiempo. Por eso podemos decir que las intuiciones o impresiones del mundo son
una síntesis del material sensorial y de
las estructuras internas (espacio y tiempo) del propio sujeto.
LA ANALÍTICA TRASCENDENTAL: UN ANÁLISIS DEL
ENTENDIMIENTO.
En la estética, Kant trata
de la primera facultad de conocimiento: la sensibilidad. Las intuiciones que
aporta, si bien resultan imprescindibles para obtenerlo, todavía no constituyen
conocimiento. Son impresiones estructuradas y ordenadas en el espacio y en el
tiempo, pero todavía son inconexas y faltas de sentido. Para que proporcionen
conocimiento, es preciso interpretarlas y entenderlas: esta es, precisamente,
la función del entendimiento.
En la analítica
trascendental, Kant analiza la segunda facultad cognitiva: el entendimiento. Este se caracteriza por
la facultad de pensar o realizar juicios
a partir de loas intuiciones de la sensibilidad. Lo hace mediante los
conceptos. Los conceptos agrupan y
subsumen la multiplicidad de impresiones, dotándolas de sentido, con lo que se
convierten en los instrumentos
necesarios para pensar la realidad. Según Kant, existen dos tipos de
conceptos.
·
Conceptos empíricos: Provienen de la experiencia. Después de observar y comparar, se
extraen características comunes de diversos objetos y se forman conceptos como
los de casa, animal o ser humano.
·
Categorías:
Kant las llama también conceptos puros, ya que, a diferencia de los anteriores,
no provienen de la experiencia, sino que, muy al contrario, son estructuras a priori del entendimiento. Las
categorías son creaciones espontáneas del entendimiento que servirán para
agrupar y estructurar (conceptuar) las intuiciones de la sensibilidad. Kant
deduce, partiendo de los tipos de juicio, doce categorías: totalidad,
pluralidad, unidad, realidad, negación, limitación, sustancia, causa,
reciprocidad, posibilidad, existencia y necesidad.
Cada una de las doce
categorías constituye un concepto vacío
de contenido: necesita, por lo tanto, el material que aporta la sensibilidad
para llenarse y proporcionar conocimiento. Lo cierto es que, para que haya
conocimiento, son imprescindibles tanto las intuiciones de la sensibilidad como
las categorías del entendimiento. Las primeras, sin estar subsumidas en
conceptos, son intuiciones inconexas y sin sentido; las segundad, sin el
material de la sensibilidad, se queda vacías y estériles. Sólo la conjunción de
unas y otras permite entender el fenómeno
y objeto de conocimiento.
LA DIALÉCTICA TRASCENDENTAL: UN ANÁLISIS DE LA RAZÓN.
En la tercera parte de la
Crítica de la razón pura, Kant analiza la tercera de las facultades cognitivas.
Una vez que el entendimiento ha subsumido las impresiones bajo conceptos y los
ha asociado formando juicios, la razón entra en escena relacionando estos
juicios en argumentaciones o razonamientos que tratan de proporcionar
conocimientos cada vez más generales. La razón,
es, por lo tanto, según Kant, la facultad
de razonar o avanzar buscando
principios generales.
Sin esta labor de la razón,
el conocimiento sería fragmentario. Gracias a los razonamientos, englobamos los
juicios y las leyes del entendimiento en principios cada vez más generales, que
nos permiten explicar una mayor cantidad de fenómenos. Esta tendencia está
marcada por las formas a priori de
la razón: las tres ideas trascendentales.
Idea de Alma:
bajo esta idea, la razón subsume todos los fenómenos subjetivos procedentes de
la experiencia interna. Los unifica, dándoles identidad, bajo la idea del yo.
Idea del Mundo:
Esta idea sirve para unificar y tratar como un todo los fenómenos de la
experiencia externa. Así, considera que los fenómenos objetivos proceden de un
único y mismo mundo.
Idea de Dios:
bajo esta idea agrupamos tanto los contenidos de la experiencia interna como
los contenidos de la experiencia externa. Es, por ello, el principio más
general, en tanto que unifica los fenómenos del Yo y también los del Mundo.
Existe un uso correcto y útil de estas ideas cuando se las trata como
principios reguladores que orientan a la razón en su búsqueda de principios
generales. En este sentido, la razón no constituiría una facultad de
conocimiento, pero facilitaría los éxitos en este terreno, siempre que se
limitara a entender las ideas trascendentales como objetivos ideales que es
imposible alcanzar. Sin embargo, existe un uso
fraudulento que no contribuye al avance del conocimiento, sino que aboca a
contradicciones. Este uso resulta de considerar el Yo, el Mundo y Dios como
realidades objetivas, es decir, considerar
que estas ideas tienen un referente o correlato en la realidad. Considerar
el Alma, el mundo y Dios como realidades, conduce a la razón a intentar conocer
estas ideas, entonces es cuando traspasa los límites de lo que es posible
conocer, y es víctima de ilusiones y de engaños.
2.5 LA POSIBILIDAD DE LA METAFÍSICA.
Ya hemos visto que la
teoría epistemológica de Kant le obliga a negar la posibilidad de
conocimientos científico en el ámbito e
la metafísica. Veamos por qué.
La metafísica se ocupa de las ideas trascendentales (Alma, Mundo y
Dios) como si se tratara de ideas que tienen un referente o correlato en la
realidad. Es decir, no se limita a considerarlas principios reguladores que
orientan nuestra investigación, sino que las concibe como realidades últimas que dan sentido y finalidad a todo lo que
ocurre. Cuando la metafísica sigue este proceder, cuando emplea así estas ideas
y trata de conocerlas, cae en falacias y contradicciones. Precisamente estas
contradicciones y engaños demuestran el uso inapropiado que la razón hace de
las ideas trascendentales.
Kant ve en esta práctica la
ambición desmesurada de la razón,
que quiere ir más allá de los
fenómenos y acceder a la realidad en sí
o nóumeno. Este paso ilegítimo, el nóumeno es inaccesible para el ser
humano, constituye el límite de aquello que puede conocer. La metafísica
intenta superar este límite. Precisamente esto es lo que la condena. De todas
maneras. Para Kant, aunque la metafísica esté más allá de las posibilidades de
conocimiento, responde a una tendencia natural en el ser humano: avanzar hacia
principios cada vez más generales.
La metafísica no es una
ciencia ni llegará nunca a serlo. Cuestiones como la libertad personal, la
inmortalidad del alma o la existencia de Dios jamás podrán ser demostradas. La
razón pura o teórica, como fuente de conocimiento, no puede resolverlas. Por
este motivo, desde el ámbito del conocimiento, solamente se puede justifica con
coherencia una posición agnóstica.
Ahora bien, el ser humano no se limita a conocer, sino que también vive y
actúa. Tal vez estas ideas trascendentales (Ama, Mundo y Dios) hallarán su
lugar natural en el ámbito de la razón práctica. Tal vez lo que resulta
imposible para la razón teórica será factible para la razón práctica.
3. EL USO
PRÁCTICO DE LA RAZÓN: LA ÉTICA.
Kant ha contestado a la
pregunta: “¿Qué puedo saber?” Sin embargo, el hombre no tan sólo vive de
conocimientos. Ciertamente, el hombre hace un uso teórico de la razón, pero
también hace un uso teórico de la razón, pero también hace un uso práctico de
ella. No solamente es un ser que conoce, sino que además es un ser que actúa y
que se vale de su razón para guiar y orientar su acción. Así, la razón pura se
convierte en razón práctica cuando se ocupa de guiar la propia voluntad. Por
eso ha de responder a las dos preguntas que quedan: ¿Qué he de hacer? Y ¿Qué
puedo esperar si hago lo que debo? La respuesta se puede encontrar en la
“Crítica de la razón práctica” y en la “Fundamentación de la metafísica de las
costumbres”.
3.1 EL VALOR DE LA HUMANIDAD.
Muy a menudo se valora la
aportación epistemológica de Kant y se olvida, en cambio, la no menos
revolucionaria contribución ética.
No sólo asentó las bases de la filosofía del conocimiento posterior, sino que
también dio un giro completo a los planteamientos de la filosofía moral. Y esto
último, si tenemos en cuenta las palabras del propio autor, todavía tiene más
valor: “Yo soy un estudioso y siento toda la sed de conocimiento que puede
sentir un hombre. En un pasado creía que esto constituía todo el valor de la
humanidad; entonces menospreciaba al pueblo en tanto que gente ignorante.
Rousseau me desengañó. Esta superioridad engañosa se ha desvanecido; he
aprendido que la ciencia en sí es inútil si no sirve para que se valor la
humanidad”. La ciencia o el conocimiento no son nada si no contribuyen a hacer
más humano, auténtico y moral nuestro comportamiento. Y ello, ciertamente, ya
no es responsabilidad de la razón teórica, sino de la razón práctica.
Rousseau, según nos
confiesa Kant, tuvo una importancia capital en su interés por la ética. Un de
las anécdotas que se explican sobre Kant puede servir para imaginarnos la influencia
que tuvo el ilustrado francés en este cambio de rumbo en la reflexión kantiana.
Kant, protagonista de una vida profundamente ordenada y rutinaria (se dice que
en Königsberg los habitantes ajustaban sus relojes cuando Kant salía a pasear),
llegó tarde a sus clases sólo en dos ocasiones, una por el estallido de la
Revolución Francesa y la otra cuando le llegaron las obras de Rousseau, cuya
lectura le entusiasmó tanto que perdió la noción del tiempo.
3.2 LA ÉTICA TRADICIONAL.
Después de reconocer que,
por encima de las cuestiones teóricas, lo que realmente nos inquieta y nos
interesa son las de orden práctico, Kant intentará responder a la pregunta
“¿Qué he de hacer?”. Kant, antes de ofrecer su propia respuesta, hará un
análisis exhaustivo de lo que hasta entonces se había propuesto en la reflexión
ética.
Cuando analiza las éticas
anteriores, Kant llega a la conclusión de que, a pesar de la enorme variedad de
normativas éticas, todas presentan un denominador común: se trata de éticas
materiales. Veamos en qué consisten.
ÉTICAS MATERIALES.
Kant considera materiales
aquellas éticas que acaban siendo una lista de normas o preceptos. Según Kant,
muchas de las éticas tradicionales lo son y, por ello, tienen dos inconvenientes:
·
Son éticas empíricas, ya que tienen
contenido. Nos dicen qué debemos hacer o evitar: “Has de decir la verdad”, “has
de obedecer a tus padres”, “no has de matar”… Su contenido proviene de la
experiencia y en ella comprobamos qué conductas son adecuadas para alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto. Son
éticas que se fundamentan en un bien (la felicidad, la salud…) y que establece
el camino que hay que seguir para
alcanzarlo. Son, por lo tanto, éticas interesadas, ya que promueven
determinadas acciones en función de la recompensa o gratificación que se sigue
de su cumplimiento. Por ello, se componen de normas o preceptos que señalan la
actuación correcta y que Kant denomina imperativos, a los que considera de tipo
hipotético.
Los
imperativos hipotéticos ordenan o
prohíben una acción en función del objetivo que nos hemos fijado. Así, una
norma como “no bebas en exceso” sólo nos obliga si hemos aceptado que
“conservar la salud” es un bien al que hemos de aspirar. Se trata, por lo
tanto, de un imperativo condicional: “Si quieres conservar la salud, no bebas
en exceso”. Únicamente si aceptamos la condición, la segunda parte tiene
sentido.
·
Son éticas heterónomas, porque nuestra
voluntad se halla determinada por principios que no provienen de la razón
propiamente, sino de alguna instancia externa a ella. Las éticas materiales
justifican una serie de preceptos en función de fines (la felicidad, la salud,
la perfección…) que dependen de intereses personales y ajenos a la razón.
Estas
dos características hacen inaceptables
las éticas materiales. Para Kant, una ética auténticamente humana ha de ser
universal (válida para cualquier
hombre, con independencia de cuáles sean sus intereses) y autónoma (basada en la liberta y la capacidad humana para darse una
ley desinteresada y auténtica). Estas dos propiedades sólo son posibles en una ética racional.
3.3 LA MAYORÍA DE EDAD DEL HOMBRE.
Kant
rechaza las éticas (empíricas y
heterónomas) porque considera que nos son propias de un ser mayor de edad como
el ser humano. La Ilustración es una reivindicación de la libertad y de la emancipación respecto a cualquier
sujeción o dependencia Kant comparte
esta idea, cree que ha llegado la hora en la que el hombre se haga cargo de su
vida y decida por sí mismo. Esta emancipación exige una ética autónoma, en la que sea el propio hombre quien determine la
ley moral, y ello es incompatible con una ética material; por eso Kant defiende
la necesidad de una ética formal.
ÉTICA
FORMAL.
Kant
considera éticas formales aquellas que carecen
de contenido, es decir, que no nos dicen qué hemos de hacer, sino que sólo
nos indican cómo lo tenemos que hacer. Son, por lo tanto, éticas de la forma:
no nos ordenan “haz esto o aquello”, sino que determinan la manera en que hemos de actuar.
Los
imperativos de esta ética no son hipotéticos, sino que son categóricos: obligan
y exigen cumplimiento sin condiciones ni excepciones. Kant formula el imperativo categórico del siguiente
modo: “Actúa sólo según aquella máxima por la cual puedas al mismo tiempo
querer que se convierta en ley universal”. Conocido también con el nombre de principio de universalidad, no nos dice
qué hemos de hacer (beber o no en exceso), sino que establece la forma (ser
universalizable) que ha de tener cualquier máxima para llegar a ser realmente
una norma moral. En el fondo, es una especie de reformulación de la antigua ley
del oro: “Lo que no quieras para ti no
lo quieras para los demás”. Recoge una antigua consideración del hecho moral:
creer que la acción correcta consistirá ni más ni menos en hacer lo que exigiríamos
que hicieran los demás.
Kant
formuló el imperativo categórico de otra manera que todavía encaja mejor con su
preocupación.”Trata a todo ser humano no como un medio, sino como un fin en sí
mismo”. Esto significa que hemos de tratar a los demás cono lo que son, seres humanos con dignidad, que no
pueden ser usados como instrumentos para satisfacer nuestros deseos.
Actuar
de modo que tratemos a los demás como fines y no como instrumentos significa actuar de manera desinteresada. Por
ejemplo, si elogio a los demás porque deseo obtener un favor de ellos, no obro
de una manera moral, sino interesada y egoístamente.
Para
Kant, actuar de manera ética significa actuar desinteresadamente, es decir, por
respeto y amor al deber. Esto
significa algo más que actuar externamente en conformidad con el deber; es
imprescindible que haya un convencimiento y un respeto interno hacia él.
Con
el ejemplo entenderemos mejor esta distinción kantiana entre actuar,
simplemente, de acuerdo con el deber (legalmente) y actuar, con convencimiento,
por amor al deber (moralmente). Supongamos dos tenderos que se comportan de una
manera honrada y legal, sin alterar los pesos y cobrando aquello que
corresponde al valor de los productos. Uno lo hace porque sabe que, si no, a la
larga perdería la clientela (irían a comprar a otra tienda); el otro lo hace
simplemente porque considera que ese es su deber. A pesar de que externamente
los dos se porten de un mismo modo, sólo en el caso del segundo tendero podemos
hablar de comportamiento auténticamente moral. Sólo actúa desinteresadamente y
trata a sus clientes como fines y no como instrumentos para enriquecerse.
3.4 POSTULADOS DE LA RAZÓN.
Sólo
cuando lo que nos mueve es la voluntad de cumplir con nuestro deber, podemos
decir que somos morales. Ahora bien, hablar de moralidad presupone aceptar que
somos seres con capacidad para decidir nuestra actuación. Si no pudiéramos
escoger entre hacer esto o aquello, entre actuar de manera altruista y hacerlo,
en cambio, egoístamente, ¿qué sentido tendría hablar de moralidad?
La
libertad humana, opuesta al determinismo predominante entre los fenómenos
naturales, resultaba, según Kant, un atributo inalcanzable para la razón
teórica, ya que esta se vuelve impotente ante determinadas cuestiones que traspasan
los límites de la experiencia. Además de la libertad humana, todo lo que nos
obliga a hablar de ideas trascendentales
como de realidades últimas choca con las posibilidades intelectuales humanas.
Por este motivo, Kant recomendaba, como única posición coherente ante tales
ideas, la posición agnóstica.
Sin
embargo, aunque no puedan ser objeto de demostración cinética, la realidad y la
existencia del Alma, del Mundo y de Dios se convierten en imprescindibles para
que podamos hablar de moral. Esto lleva a Kant a considerar que las ideas
trascendentales de la razón teórica han de entenderse como postulados de la razón práctica. Los postulados son ideas de las
que no tenemos ni podemos llegar a tener ninguna certeza, pero de las que hemos
de presuponer la existencia. En definitiva, los postulados de la razón práctica
resultan indemostrables científicamente,
pero necesarios moralmente.
Primer postulado: la libertad humana. A pesar de que los fenómenos naturales estén
determinados por las leyes de la naturaleza, y auque el ser humano forme parte
de ella, ha que presuponer la libertad humana. Esta implica la capacidad de
escaparse del determinismo que las leyes físicas imponen a la naturaleza y
poder decidir la propia acción. Y, por mucho que esto sea indemostrable, es
necesario presuponerlo si queremos hablar de comportamiento moral.
Segundo postulado: la inmortalidad del
alma. Aunque no podamos hablar del
Alma, aceptar su inmortalidad e hace imprescindible para que tenga sentido la
exigencia de moralidad. Resulta evidente que el comportamiento correcto pocas
veces se recompensa: hacer lo que debemos suele protegernos de las injusticias
y pesadumbres propias de la existencia humana. Únicamente si suponemos la
inmortalidad de nuestra alma, la supervivencia después de la muerte física,
podemos confiar en que nuestra virtud será recompensada justamente con una
existencia feliz.
Tercer postulado: la existencia de Dios. Dios, como el Alma, es una realidad de la cual no
podemos tener ninguna experiencia y, por lo tanto, ningún conocimiento. Sin
embargo, su existencia acaba siendo necesaria como última garantía del sentido
de la existencia humana. Sólo Dios, en quien la virtud y la felicidad se
identifican, puede avalar que lo que se han hecho dignos de felicidad la
alcancen.
Todo
esto puede considerarse una respuesta a la tercer pregunta kantiana: ¿Qué puedo
esperar si hago lo que debo? Según Kant, si actuamos de manera desinteresada y
sin esperar nada a cambio, podemos aspirar a la felicidad. Ahora bien, esa
aspiración muchas veces no se ve justamente recompensada. A menudo observamos
que, en esta vida, la virtud no siempre va acompañada de felicidad, y que los
que, por su comportamiento, serían merecedores de ella padecen graves
injusticias. Solamente la inmortalidad del alma y la existencia de Dios pueden
garantizar que virtud y felicidad se
llegarán a identificar algún día.
4. INFLUENCIAS Y REPERCUSIONES.
En
las influencias hay que hablar del racionalismo, del empirismo y también de
Rousseau.
La
religión dentro de los límites de la mera razón; la definición y la autoría del
programa de la Ilustración; los escritos por la tolerancia y la paz perpetua;
la crítica a la metafísica tradicional y su preocupación por encontrar no tanto
el fundamento último del conocimiento humano, cuanto su límite legítimo; la
profundidad y la nobleza d su ética; la tesis
de que la realidad no nos viene dada, sino que la construimos al
conocerla; etc. De pocos autores en la historia de la filosofía se puede hacer
una enumeración de problemas de temas de
tanta profundidad y actualidad tratados en la teoría filosófica.
Estos
aspectos convierten el de Kant en uno de los últimos grandes sistemas de la
historia de la filosofía, de manera que su obra adquiere ese difícil carácter
de ser una encrucijada; es decir, un punto de llegada de los problemas que han
constituido el horizonte de la filosofía hasta él y, a la vez, el punto de
partida de lo que será a partir de él.
La
nueva perspectiva implica que Dios y el alma quedarán como temas de análisis y
estudio en nuevos ámbitos: la teología en el entorno de la creencia como
actividad humana distinta de la filosofía; la psicología, como nueva ciencia de
lo mental que surgirá en el siglo XIX. Los dualismo no serán ya un tema
filosófico; el siglo XIX es un siglo de monismos, en el que aparecen nuevas
ciencias humanas y de la materia, así como la legitimación y del refuerzo que
el sistema de Kant supone para la ciencia newtoniana.
El
siglo XIX será el siglo de Darwin y de Mendel como creadores de la nueva
biología a partir de la evolución y de las leyes de la herencia. Marx significa
el resurgimiento del monismo materialista (el pensamiento es una mera
producción del cerebro) y el comienzo de la economía política como nueva
ciencia. Freíd resuelve el falso y viejo problema planteado por Hobbes y
Rousseau acerca de si la naturaleza humana es intrínsecamente buena o mala, al
afirmar que no es ni buena ni mala, y que la moral es una determinación social
de las personas.
De
Kant proviene, igualmente, el idealismo absoluto de Fichte, Schelling y Hegel,
a quien el propio Kant da pie en su Ous postumum. Este idealismo derivará en el
irracionalismo más absoluto, dando lugar al nacimiento de los racismos y de la
sociología alemana prefascista de finales del siglo XIX.
El
hecho de que introduzca principios
trascendentales con la pretensión de superar el racionalismo y el empirismo
inquietó a Hegel, quien percibió una dualidad
excesiva en las fórmulas sensibilidad/entendimiento, entendimiento/razón,
saber/fe, fenómeno/noúmeno. Tales dicotomías explican que Kant se quede en la
“crítica” sin que su filosofía alcance a ser un sistema de conocimientos, según Hegel, quien se encargará de
integrar todas las experiencias humanas en un sistema racional, dándoles así sentido
y proponiendo racionalizar la realidad. Esto le llevará a la exigencia de que
el noúmeno tenga que poder ser conocido. Kant y todos los filósofos anteriores
serán considerados por Hegel como momentos históricos que solo concluirán
cuando la filosofía supere la crítica y se convierta en ciencia.
En
Kant se encuentra una conquista definitiva para la ciencia; el espacio y el
tiempo son la condición de posibilidad de nuestra experiencia posible. Esto
influirá en el positivismo de Comte y en su heredero, el empirismo lógico o
neoposivismo del Círculo de Viena, y en Popper; así como en la discusión entre
ambos (Popper y los neopositivistas) sobre la búsqueda de un criterio de
demarcación entre lo científico y lo metafísico.
La
lucidez de Kant anticipa la línea más actual de la física moderna. La tesis de
Heisenberg del principio de incertidumbre tiene su base en la afirmación
kantiana de que la realidad no nos viene dada, sino que la constituimos en el
momento de conocerla. Puede que exista la realidad en sí, el noúmeno, pero
apenas nos interesa porque no podemos conocerla (el instrumento de observación
modifica lo observado). Lo que podemos conocer es el fenómeno, que no es una
realidad en sí, sino una realidad para nosotros, y lo podemos conocer en la media
en que tenemos instrumentos para ello: nuestros sentidos, condición para el
conocimiento sensible, y la razón, condición para el conocimiento intelectual.
Lejos
de parecer una postura relativista, esta posición es la base de a actitud
primordial del siglo XX: de la misma manera que el mundo griego identificaba lo
aparente con lo real, en el siglo XX, y en nuestro siglo XXI se prefiere la
tesis del constructivismo: la realidad la construimos. El desarrollo de estas
ideas nos lleva a conceptos actuales como la teoría de modelos o la realidad
virtual.
La
doctrina kantiana sobre el derecho, la teoría del Estado y la paz perpetua, han
tenido concreción muy señalada en la constitución de la Primitiva de Naciones,
antesala de la actual ONU, en el nacimiento de la Unión Europea o anticipando los terribles problemas
planteados a los países del Tercer y Cuarto mundos por la deuda externa y por
la emigración, problemas cuya solución es un paso previo y modesto en pro de la
sociedad mundial basada en la paz perpetua de la que habla Kant.
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